Me sorprende la liviandad con la que las máquinas expendedoras de boletos exigen (porque lo exigen, no es algo opcional) que uno indique su destino; ¡como si eso fuera tan fácil! Pudiendo utilizar frases como «hasta donde viaja», «final de su viaje», o cosas por el estilo, ellas se han empeñado en solicitar que «indiquemos nuestro destino», y no conformes con esto limitan la elección de nuestro destino a una serie de 10 o 15 localidades o estaciones, como si éstas pudieran englobar o abarcar todo nuestro destino. Veo difícil que «Floresta» pueda incluir «infortunio, felicidad, futbolista, amor, escritor, orador», por nombrar sólo algunos destinos que alguna persona podría tener —o añorar— para su vida. ¿Será acaso éste un artilugio del mismo destino y una forma de lograr nuestra indiferencia frente a semejante palabra o frase? Las personas desfilan indiferentes frente a las máquinas, y sin dudarlo señalan que su destino es «Villa Rosa», por ejemplo, y así vacían -inconscientemente- de sentido y contenido a la palabra «destino».
Algún intento de engaño creo que hay en todo esto. En otros idiomas hay palabras especiales para referirse al destino en tanto esa fuerza superior y desconocida que marca y señala el camino de nuestras vidas, y al destino en tanto la meta o punto final de un viaje. Por ejemplo en inglés se utiliza destiny para el primero de los casos y destination para el segundo. De esta forma, una máquina expendedora de boletos nunca le solicitará a alguien indique su destiny, sino que solicitará, por el contrario, que el usuario indique su destination.
Afortunadamente nos queda bajo la manga el artilugio del truco; del engaño. Indicarle a esta máquina que nuestro destino es «Colegiales», por ejemplo. Nosotros sabremos muy bien que ése no es nuestro destino, y que tampoco descenderemos en esa estación; pero la máquina creerá habernos engañado, se creerá conocedora de nuestro destino y nos dará nuestro boleto. Ambos habremos logrado lo que nos proponíamos, pero sin duda nosotros habremos ganado.