La sonda Schiaparelli (y astronomía sin saber)

Después de 7 meses de viaje la sonda espacial europea Schiaparelli llegó a Marte; aterrizó (medio que se estrelló en realidad) sobre la superficie de Marte. Esto es algo importante, pero no nos sorprende; casi que nos parece algo normal, natural, habitual. Nos parece normal porque somos capaces de desarrollar una sensación de control y seguridad que nos hace creer que sabemos lo que pasa a nuestro alrededor; en este caso, creemos saber sobre algunas cuestiones astronómicas que -nosotros mismos- denominamos simples o básicas: creemos que sabemos astronomía básica.

La ciencia avanzó mucho, y ahora contamos con importantes herramientas:

  • Intelectuales: como el método científico que nos ha dado grandes avances en matemática, física, etc.
  • Instrumentales: como como telescopios con poderosos lentes y computadoras con gran poder de cálculo.

Éstas herramientas junto con el avance en el acceso a la educación (cada vez más personas acceden a más o mejor educación), y con el avance en el acceso a Internet (cada vez más personas tienen acceso a Internet y de mejor calidad), hacen que podamos construir en nuestra mente -con relativa facilidad- un escenario en el que entendemos algunas pocas cosas, y ésto nos da la sensación de control y seguridad.

Hace algunos años un científico ofrecía una disertación en la que hablaba de los últimos avances astronómicos de la época: contaba cómo la tierra giraba al rededor del sol, y cómo éste, a su vez, giraba al rededor de otras estrellas, y explicaba que al conjunto de estrellas se lo llamaba galaxia. Finalizada la exposición, uno de los presentes se levantó y dijo: «Todo lo que nos ha contado es una locura. La realidad es que el mundo es una placa plana que se sostiene sobre el caparazón de una tortuga gigante.» El científico respondió: «¿Si?» «¿Y sobre qué se sostiene esa tortuga gigante?». «Se cree usted muy agudo y muy listo», respondió el asistente, «¡pero hay tortugas hasta el fondo!»

Necesitamos sentir que tenemos el control de lo que nos rodea, sea el tema que sea. La información a la que accedemos, nuestra capacidad de comprenderla, procesarla e interpretarla es lo que usamos para construir esa sensación de control y seguridad.

Llegar a Marte no es fácil. Uno de los principales objetivos de la sonda Schiaparelli era estudiar y mejorar los sistemas de descenso y aterrizaje. Aún así, estando aún en la etapa de «poder aterrizar», haber llegado a Marte no nos sorprende.

Mientras tanto -mientras tratamos de aprender a aterrizar- también intentamos encontrar respuestas a preguntas mucho más complejas, como ¿de dónde viene el Universo?, ¿a dónde va?, ¿tuvo algún inicio?, si así fue, ¿qué había o qué pasó antes de él? Nuestra necesidad de sentir que tenemos el control nos llevó a esbozar algunas posibles respuestas a éstas y otras preguntas.

A lo mejor algún día encontremos respuesta a esos interrogantes que hoy nos parecen inalcanzables. Ese día posiblemente sintamos que las respuestas que hoy tenemos son tan absurdas como creer que la tierra descansa sobre una tortuga gigante.

A lo mejor algún día el hombre pise Marte, y ese día la forma de viajar y aterrizar en el planeta rojo nos resulte trivial, tal como entender hoy que la tierra gira el rededor del sol.

Mientras tanto, y aunque no sabemos bien qué es el tiempo, confiamos en que el tiempo nos dará la razón; o bien nos mostrará lo tontos que hemos sido.

Sobre el derecho al olvido

El derecho al olvido es un concepto activo, y no una cosa abstracta, que pretende borrar o modificar el pasado para de esa forma, modificar el presente y también el futuro.

Todos tenemos derecho a equivocarnos. Todos tenemos derecho a cambiar de pensamiento, de opinión, de forma de ser y de actuar. También tenemos derecho a cambiar todo lo que necesitemos y consideremos que nos permite crecer y avanzar. Tenemos derecho a cambiar cualquier cosa que antes hacíamos mal y que ahora ahora podemos o sabemos hacer mejor. Eso sí, debemos ser honestos y valientes para reconocer nuestros cambios, que antes procedíamos de una forma y que hoy lo hacemos de otra; de alguna manera reconocer y aceptar que con el conocimiento que tenemos hoy, antes actuábamos mal o de una manera equivocada.

Es sólo en ese contexto en el que podemos exigir ─y también recibir─ el derecho al olvido, el derecho a no ser juzgados ─o prejuzgados─ por cosas que hayamos dicho o pensado antes; en el contexto de la valentía y la franqueza: antes pensaba o creía tal cosa, hoy me doy cuenta que estaba equivocado: hoy soy distinto.

Pero, ¿cómo podría alguien olvidar algo que desconoce? ¿Cómo podríamos garantizar ese derecho al olvido si, simplemente, ignoramos o borramos lo que pasó? ¿Cómo podría alguien ser mejor persona hacia adelante tapando y ocultando su pasado? ¿Cómo podríamos aprender de los errores, propios y ajenos, si todo el tiempo intentamos esconderlos, tacharlos y negarlos?

Me hago estas preguntas porque por estos días está muy de moda que algunas personas intenten borrar parte de su pasado, solicitando a los motores de búsquedas y otros servicios de indexación de contenidos, que quiten de sus resultados toda información vinculada a hechos desafortunados (algunos realmente no tan graves, como un tuit enviado sin pensar) que ellos prefieren ocultar (o negar), alegando en su pedido que ejercen el derecho al olvido.

Alguien que solo pretende borrar el pasado, no es alguien que intenta mejorar y superarse, es un oportunista. Un farsante. Un caradura. Es alguien que nunca obtendrá el derecho al olvido porque siempre estará repitiendo, una y otra vez, de forma constante lo mismo: cambiar según le convenga.

El tiempo es el olvido; el tiempo es la memoria. El tiempo hará que recordemos lo que debemos recordar y el tiempo hará que olvidemos lo que debemos olvidar. Forzar el recuerdo y el olvido no servirá de mucho, porque no podemos forzar el tiempo, y es él el que cubre, y descubre, el que olvida y recuerda, el que nos ayuda y fuerza a aprender del pasado; incluso aprender a no forzar el olvido, a no borrar el pasado.

Sobre la Evolución de la Cultura

Quiero compartir una historia que Darwin cuenta en su libro El origen del hombre. Luego de haber explicado su Teoría de la evolución en El origen de las especies, Darwin aplica las mismas ideas evolutivas pero focalizadas en la evolución de la especie humana, especialmente en su  evolución biológica. En este libro Darwin aborda temas como la psicología evolutiva y la ética evolutiva. Según el autor, la historia es verídica, y él la utiliza para hablar sobre la evolución de la cultura y la sociedad.

El doctor Landor cumplía las funciones de magistrado (lo que hoy sería un Juez) en el Oeste de Australia. Un día un nativo que acababa de perder a su esposa (a raíz de una enfermedad) fue a decirle que «se marchaba a una tribu lejana a asesinar a una mujer, como sacrificio a la memoria de su esposa». El magistrado lo amenazó con enviarlo directo a la cárcel, para siempre, si es que cometía ese asesinato; así que el nativo permaneció en la granja durante algunos meses, pero fue adelgazando hasta quedarse en los huesos; se quejaba de que no era capaz de comer ni de descansar, ya que el espíritu de su esposa le perseguía por no haber cobrado una vida en pago de la de ella.

Acá me gustaría hacer una pausa, y que puedas pensar un momento en esa parte del relato, sobre todo en el nativo y su pensamiento. El relato continúa, no sólo para cerrar la historia, sino para agregar más ideas y pensamientos referidos a la evolución cultural del hombre.

El juez se mantuvo firme en su amenazas, asegurándole que nada le salvaría del castigo si llevaba a cabo su crimen. Finalmente el hombre desapareció y no volvió hasta un año después; su aspecto era entonces mejor que nunca y su otra esposa (su nueva esposa) explicó al doctor Landor que el nativo había cumplido su misión, matando a una mujer de una tribu lejana. Era imposible obtener pruebas legales de semejante acto. El nativo no fue encarcelado.

El incumplimiento de una regla que la tribu considera sagrada —señala Darwin— da lugar a los sentimientos más profundos, y esto no tiene nada que ver con el instinto social, excepto en la medida en que esa regla se base en el criterio de la comunidad.

La pregunta que fácilmente surge es: ¿alguien puede creer, hoy en día, que ese australiano que asesinó a una mujer estaba cumpliendo el propósito de su vida y los mandatos de su difunta esposa? Sin duda alguna, todos responderíamos que no.

Está claro que el nativo de la historia se sometía al juicio de sus semejantes (sus iguales en la tribu), y eso era lo único que le importaba, y no los consejos o juicio del magistrado o los de cualquier otro. Por otro lado, cuando el doctor Landor (o cualquiera de nosotros) examina el asunto, emitimos un juicio completamente distinto, ya que aplicamos las normas de nuestra propia comunidad, y de nuestros propios tiempos.

Seguramente que con varios atenuantes y muchas diferencias, este tipo de historias se han ido repitiendo a lo largo de nuestra historia y evolución como seres humanos: cosas que ahora nos parecen espantosas, o demenciales, antes resultaban normales y naturales, y como si fuera poco, nadie se horrorizaba de su realización.

La historia se repite al mismo tiempo que avanza. Nuestra sociedad tiene hoy creencias y convicciones sobre las que toma acciones y decisiones que dentro de algunos años van a ser vistas como barbaridades; como locuras; cosas que seguro se superarán, pero que a los ojos de nuevas generaciones y culturas más evolucionadas nos harán parecer y quedar como seres inferiores.