Borges inventor y heredero (por Beatriz Sarlo)

En el marco del lanzamiento de la red social Grandes Libros, el miércoles 31 de Agosto de 2016, la periodista, escritora y ensayista Beatriz Sarlo dio una charla abierta en torno a la figura de Jorge Luis Borges: «Borges inventor y heredero».

Quiero compartir, y dejar disponible para su descarga, el audio completo del evento, y también el vídeo.

A continuación, y para ver online, la disertación de Beatriz Sarlo.

Indique su destino

catchmeMe sorprende la liviandad con la que las máquinas expendedoras de boletos exigen (porque lo exigen, no es algo opcional) que uno indique su destino; ¡como si eso fuera tan fácil! Pudiendo utilizar frases como «hasta donde viaja», «final de su viaje», o cosas por el estilo, ellas se han empeñado en solicitar que «indiquemos nuestro destino», y no conformes con esto limitan la elección de nuestro destino a una serie de 10 o 15 localidades o estaciones, como si éstas pudieran englobar o abarcar todo nuestro destino. Veo difícil que «Floresta» pueda incluir «infortunio, felicidad, futbolista, amor, escritor, orador», por nombrar sólo algunos destinos que alguna persona podría tener —o añorar— para su vida. ¿Será acaso éste un artilugio del mismo destino y una forma de lograr nuestra indiferencia frente a semejante palabra o frase? Las personas desfilan indiferentes frente a las máquinas, y sin dudarlo señalan que su destino es «Villa Rosa», por ejemplo, y así vacían -inconscientemente- de sentido y contenido a la palabra «destino».

Algún intento de engaño creo que hay en todo esto. En otros idiomas hay palabras especiales para referirse al destino en tanto esa fuerza superior y desconocida que marca y señala el camino de nuestras vidas, y al destino en tanto la meta o punto final de un viaje. Por ejemplo en inglés se utiliza destiny para el primero de los casos y destination para el segundo. De esta forma, una máquina expendedora de boletos nunca le solicitará a alguien indique su destiny, sino que solicitará, por el contrario, que el usuario indique su destination.

Afortunadamente nos queda bajo la manga el artilugio del truco; del engaño. Indicarle a esta máquina que nuestro destino es «Colegiales», por ejemplo. Nosotros sabremos muy bien que ése no es nuestro destino, y que tampoco descenderemos en esa estación; pero la máquina creerá habernos engañado, se creerá conocedora de nuestro destino y nos dará nuestro boleto. Ambos habremos logrado lo que nos proponíamos, pero sin duda nosotros habremos ganado.

Borges por Bunge

Me llamó la atención encontrar pocas referencias al siguiente artículo que Mario Bunge escribió sobre la obra literaria de Jorge Luis Borges.

A continuación la opinión de Bunge, extraída del libro «100 ideas». Mis consideraciones sobre el texto, quedarán para otro post.

Todo el mundo admira la obra de Borges. Se lo cita hoy día tan a menudo como antes se lo citaba a Paul Valéry, otro poeta cerebral. El motivo es que Borges era extremadamente culto, inteligente, imaginativo e ingenioso, y escribía como los ángeles (como se diría en inglés). Casi todo lo que escribió es interesante, particularmente para los intelectuales.

Pero también hay quién piensa que a Borges le faltó algo.

¿Qué? Tengo la osadía de proponer que carecía de empatía: que no simpatizaba con sus personajes. Propongo esta idea con osadía porque carezco de credenciales literarias y porque soy consciente de que estoy haciendo psicología de butaca.

Creo que Borges admiraba, temía o despreciaba a la gente. Pero ¿alguna vez se compadeció de alguien o amó a alguien al punto de sacrificar algo? Si hemos de juzgar por sus personajes, Borges no le tuvo lástima ni amó apasionadamente a persona alguna. En efecto, ninguno de sus personajes es entrañable. Al menos, yo no querría ser amigo de ninguno de ellos.

Nos reímos de Don Quijote y de Sancho Panza, pero también nos encariñamos con ellos. No apreciamos al Doctor Bovary, pero nos da pena. También le tenemos lástima al Coronel a quien nadie escribe, de García Márquez, aunque no lo admiramos.

Quién lee poemas, cuentos o novelas no busca información ni gimnasia intelectual. Busca emoción, asombro o diversión. Borges me asombra, interesa y admira, pero no me emociona. En cambio, el francés Le Clézio, el danés Peter Hoegg, el brasileño Jorge Amado, el portugués José Saramago, el indo-canadiense Rohinton Mistry, el albanés Ismail Kadaré, la sudafricana Nadine Gordimer, el nigeriano Wole Soynika, el egipcio Naguib Mahfouz, el australiano Peter Carey, el español Miguel Delibes, el norteamericano Kurt Vonnegut y muchos otros me emocionan además de asombrarme y divertirme. Que esto es arte ardiente y perdurable: su capacidad de emocionar.

Creo que Borges fue más porteño «piola» (astuto) que lo que le hubiera gustado ser. Por si no lo sabía la lectora, el porteño piola de aquellos tiempos era despreciativo y perdonavidas, hacía alarde de pellejo duro y de intelecto superior, era escéptico y cínico. Si lo sabré yo, que fui porteño casi la mitad de mi vida. Tanto lo fui, que en mi juventud lo elogiaba a Borges, a quien respetaba intelectualmente, por ser el mejor escritor inglés en lengua castellana.

Si mi hiótesis fuera verdadera, explicaría porqué la obra de Borges admira pero no conmueve. Fue escrita con la corteza cerebral, sin participación del sistema límbico. Es fría y distante como una escultura moderna, o como la música atonal.

Me corrijo: así veo yo la obra de Borges. Admito que otros puedan sentirla de maneras diferentes, acaso por identificarse con el autor o con alguno de sus personajes. Para averiguar la verdad habría que hacer una investigación experimental de la apreciación estética de la obra de Borges. ¿Se anima? Yo tampoco.

Un cuento memorable

tranvia

—Esa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Madame Lamort —dijo.

—No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, esa de negro del tranvía en nada se asemeja a Madame Lamort. Todo lo contrario: es Madame Lamort quien se asemeja a esa de negro. Resumiendo: no solo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Madame Lamort, ni siquiera en retrato.

—Usted coincide conmigo —dijo—, porque tampoco yo conozco a Madame Lamort.

—¿Quién es usted? Deberíamos presentarnos.

—Madame Lamort —dijo—. ¿Y usted?

—Madame Lamort. —Su nombre no deja de recordarme algo —dijo.

—Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.

—Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París —dijo.

—No los había cuando lo dije, pero nunca se sabe que va a pasar.

—Entonces esperémoslo puesto que lo estamos esperando.

Alejandra Pizarnik

La granja. La rebelión. La victoria.

[…] Y los animales oyeron, procediendo de los edificios de la granja, el solemne estampido de una escopeta.

—¿A qué se debe ese disparo? —preguntó Boxer.

—¡Para celebrar nuestra victoria! —gritó Squealer.

—¿Qué victoria? —exclamó Boxer. Sus rodillas estaban sangrando, había perdido una herradura, tenía rajado un casco y una docena de perdigones incrustados en una pata trasera.

—¿Qué victoria, camarada? ¿No hemos arrojado al enemigo de nuestro suelo, el suelo sagrado de “Granja Animal”?

—Pero han destruido el molino. ¡Y nosotros hemos trabajado durante dos años para construirlo!

—¿Qué importa? Construiremos otro molino. Construiremos seis molinos si queremos. No apreciáis, camaradas, la importancia de lo que hemos hecho. El enemigo estaba ocupando este suelo que pisamos. ¡Y ahora, gracias a la dirección del camarada Napoleón, hemos reconquistado cada pulgada del mismo!

—Entonces, ¿hemos recuperado nuevamente lo que teníamos antes? —preguntó Boxer.

—Esa es nuestra victoria —agregó Squealer.

George Orwell (Rebelión en la Granja)

El poder de las palabras

Helena de Troya era considerada hija de Zeus. Portadora de una gran belleza era pretendida por muchos héroes y príncipes. Helena fue seducida por Paris, príncipe de Troya, lo que dio origen a la Guerra de Troya. Algunos consideran que Helena abandonó —o traicionó— a su esposo, ya que Paris nunca la «raptó», sino que ella voluntariamente decidió irse con él. El filósofo griego Gorgias justificó a Helena argumentando que en realidad ella no fue una traidora al abandonar a su marido; según él, la inocencia de Helena era evidente porque había sido seducida por el poder de las palabras de Paris. Para Gorgias, «ser seducido por las palabras» equivale a «ser raptado»: el poder de los argumentos es irresistible y frente a ellos casi no hay posibilidad de defenderse. Estas fueron las palabras del filósofo griego:

La palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. Las sugestiones inspiradas mediante la palabra producen el placer y apartan el dolor. La fuerza de la sugestión, adueñándose de la opinión del alma, la domina, la convence, y la transforma como por una fascinación.

La fascinación que ejerce la palabra sirve de extravío del alma y de engaño a la opinión. ¡Cuántos han engañado con la exposición hábil de un razonamiento erróneo! Y, por tanto ¿qué causa pudo impedir que de un modo análogo la sugestión dominase a Helena con el mismo resultado que si la hubiera raptado violentamente? Pues la fuerza de la persuasión, de la que nació el proyecto de Helena, es imposible de resistir y por ello no da lugar a censura, ya que tiene el mismo poder que el destino.

En efecto, la palabra que persuade obliga al alma a obedecer sus mandatos y a aprobar sus actos. Por tanto, el que infunde una persuasión, en cuanto priva de la libertad, obra injustamente, pero quien es persuadida (Helena), en cuanto es privada de la libertad por la palabra, sólo por error puede ser censurada.

La misma proporción hay entre el poder de la palabra respecto de la disposición del alma, que entre el poder de los medicamentos con relación al cuerpo. Así como unos medicamentos eliminan  la enfermedad y otros la vida, así también unas palabras producen tristeza, otras placer, otras temor, otras infunden en los oyentes coraje, y otras mediante una maligna persuasión engañan el alma.

Con esta exposición Gorgias nos pone frente a una realidad que muchas veces desconocemos, y por lo tanto descuidamos: el poder de las palabras, poder que logra hechizar, persuadir y transformar la razón y el alma, y poder del que, muchas veces, no podemos escaparnos con facilidad. Oscar Wilde daba un ejemplo de éste poder; él decía: es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada.

El Psicoanálisis y los Hombres Sensibles

Jorge Allen es un buen muchacho; eso dicen sus amigos. Quienes sólo lo conocen, como Alejandro Dolina, utilizan adjetivos más variados.

[ …. ]

Jorge Allen regresó varias veces a ver a su terapeuta. Comprendió perfectamente su caso, lo cual no le sirvió de nada: La chica de La Paternal se casó con un consignatario de Alberti. Enterado de esta tragedia, el enamorado anunció a Finkel, su analista, su decisión de interrumpir el tratamiento.

—Usted no entiende —sentenció el analista—; el punto es ubicarlo a usted ante la realidad para que la acepte y supere el dolor.

—No deseo superar el dolor. Ya he perdido a la mujer que quería. ¿Pretende usted dejarme también sin el sufrimiento? Dígame cuánto le debo.

Asmodeo y el Ruso Salzman

El Ruso Salzman era un conocido timbero oriundo del barrio de Flores. Durante muchos años era imposible sentarse en una mesa de juego y que alguien no lo conozca; aunque sea de nombre.

Supongo que por no haber mucha información sobre él, Salzman es mucho menos conocido que Asmodeo. De todas formas esto es algo que, aparentemente, a Asmodeo no le preocupaba.

Éste es el diálogo que mantuvieron Asmodeo y el Ruso Salzman, y del que de alguna forma Alejando Dolina fue testigo:

Asmodeo: Soy Asmodeo, inspirador de tahúres y dueño de todas las fichas del mundo. Conozco de memoria todas las manos que se han repartido en la historia de las barajas. También conozco las que se repartirán en el futuro. Los dados y las ruletas me obedecen. Mi cara está en todos los naipes. Y poseo la cifra secreta y fatal que han de sumar tus generalas cuando llegue el final de tu vida.

Salzman: ¿No desea jugar un chinchón?

Asmodeo: No, Salzman. Vengo a ofrecerle el triunfo perpetuo. Con sólo adorarme ganarás siempre a cualquier juego.

Salzman: No sé si quiero ganar.

Asmodeo: ¡Imbécil…! ¿A caso quieres perder?

Salzman: No. Tampoco quiero perder.

Asmodeo: ¿Qué es lo que quieres entonces?

Salzman: Jugar. Quiero jugar, maestro… Hagamos un chinchón.

DoblePensar

Su mente se deslizó por el laberíntico mundo del doblepensar. Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se recurre a ella, creer que la democracia es imposible y que el Partido es el guardián de la democracia; olvidar cuanto fuera necesario olvidar y, no obstante, recurrir a ello, volver a traerlo a la memoria en cuanto se necesitara y luego olvidarlo de nuevo; y, sobre todo, aplicar el mismo proceso al procedimiento mismo. Ésta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar.

George Orwell (1984)

¡Asnos estúpidos!

Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.

En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.
—Naron —saludó el mensajero—. ¡Gran Señor!
—Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
—Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
—Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?

El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.

—Ah, sí —dijo Naron—, Lo conozco. —Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.

Escribió, pues: La Tierra.

—Estas criaturas nuevas —dijo luego— han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.

—De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
—Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
—Sí, señor.
—Bien, ése es el requisito —Naron soltó una risita—. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.

—En realidad, señor —dijo el mensajero con renuencia—, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.

Naron se quedó atónito.

—¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
—Todavía no, señor.
—Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
—En su propio planeta, señor.

Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:

—¿En su propio planeta?
—Si, señor.

Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.

—¡Asnos estúpidos! —murmuró—.

Isaac Asimov.