Helena de Troya era considerada hija de Zeus. Portadora de una gran belleza era pretendida por muchos héroes y príncipes. Helena fue seducida por Paris, príncipe de Troya, lo que dio origen a la Guerra de Troya. Algunos consideran que Helena abandonó —o traicionó— a su esposo, ya que Paris nunca la «raptó», sino que ella voluntariamente decidió irse con él. El filósofo griego Gorgias justificó a Helena argumentando que en realidad ella no fue una traidora al abandonar a su marido; según él, la inocencia de Helena era evidente porque había sido seducida por el poder de las palabras de Paris. Para Gorgias, «ser seducido por las palabras» equivale a «ser raptado»: el poder de los argumentos es irresistible y frente a ellos casi no hay posibilidad de defenderse. Estas fueron las palabras del filósofo griego:
La palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. Las sugestiones inspiradas mediante la palabra producen el placer y apartan el dolor. La fuerza de la sugestión, adueñándose de la opinión del alma, la domina, la convence, y la transforma como por una fascinación.
La fascinación que ejerce la palabra sirve de extravío del alma y de engaño a la opinión. ¡Cuántos han engañado con la exposición hábil de un razonamiento erróneo! Y, por tanto ¿qué causa pudo impedir que de un modo análogo la sugestión dominase a Helena con el mismo resultado que si la hubiera raptado violentamente? Pues la fuerza de la persuasión, de la que nació el proyecto de Helena, es imposible de resistir y por ello no da lugar a censura, ya que tiene el mismo poder que el destino.
En efecto, la palabra que persuade obliga al alma a obedecer sus mandatos y a aprobar sus actos. Por tanto, el que infunde una persuasión, en cuanto priva de la libertad, obra injustamente, pero quien es persuadida (Helena), en cuanto es privada de la libertad por la palabra, sólo por error puede ser censurada.
La misma proporción hay entre el poder de la palabra respecto de la disposición del alma, que entre el poder de los medicamentos con relación al cuerpo. Así como unos medicamentos eliminan la enfermedad y otros la vida, así también unas palabras producen tristeza, otras placer, otras temor, otras infunden en los oyentes coraje, y otras mediante una maligna persuasión engañan el alma.
Con esta exposición Gorgias nos pone frente a una realidad que muchas veces desconocemos, y por lo tanto descuidamos: el poder de las palabras, poder que logra hechizar, persuadir y transformar la razón y el alma, y poder del que, muchas veces, no podemos escaparnos con facilidad. Oscar Wilde daba un ejemplo de éste poder; él decía: es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada.
Siempre recuerdo la palabras del himno a Sarmiento, cuando dice que él luchaba “con la espada, con la pluma y la palabra”. La palabra es un elemento de gran poder.