Después de bastante tiempo, finalmente coordinamos y nos encontramos con Juan, mi querido Juancito -como yo lo llamo-. Ir a su casa siempre es una aventura y una sorpresa. Juancito es un todo un personaje, tenemos formas de ser y de ver las cosas muy diferentes. Digamos que son esas diferencias que solo amalgama la amistad.
Juan: —¡Por fin llegaste! ¿Te pensás que tengo todo el día para vos?
Diego: —¡Juancito querido! ¡Dejá de rezongar y dame un abrazo!
Juan: —¡Cómo te gustan las maricona’! —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja—.
Diego: —¿Qué es eso que veo ahí? —dije con los ojos abiertos como el 2 de oro—.
Juan: —Mi nuevo compañero. ¿Qué tal? —me dice mientras me hace pasar y cierra la pesada puerta de madera lustrada con media vuelta de llave—.
Diego: —¡No, no puede ser! Un par de meses que no nos vemos y hacés cualquiera. ¿Qué clase de bestia es esta?
Juan: —Un cachorro de Labrador. La misma raza que el de la película, ¿viste?
Diego: —¿Qué película?
Juan: —«Marley y yo» ¿La viste, no?
Diego: —¡Ah! Si. Ojalá que te salga peor que el de la película. —Dije mientras dejaba la mochila sobre una silla y me sacaba la campera—.
Juan: —«Orfeo» se llama éste. Y es bastante bravo….
Diego: —¡Uff! Pedazo de nombre que le pusiste. —Dije mientras me dejaba cae sobre el sofá que tiene en el living—.
Juan: —Ni idea. ¿Por?
Diego: —Orfeo fue un personaje mitológico…
Juan: —Antes que sigas ¿café o mate? —dijo asomándose por la puerta de la cocina—.
Diego: —Y, ahora que la yerba está cara dame mate. Así te hago un poco de daño, por lo menos.
Juan: —¡Dale! Bueno, seguí con eso de Orfeo
Diego: —Bueno, Orfeo fue un héroe de la Mitología Griega. Tocaba muy bien la lira —un instrumento de cuerdas—. Parece que era muy, muy bueno con la lira. Resulta que Orfeo se enamoró de Eurídice, que era una Ninfa —algo así como una deidad—.
Juan: —Deidad o no seguro que habrá estado buena la mina. Bueno, en esas cosas mitológicas siempre dicen que las minas estaban todas buenas.
Diego: —Parece que sí…. ¡Qué se yo! Al menos para Orfeo, Eurídice estaba buena. El tema es que el día de la boda Eurídice muere.
Juan: —¿Le dió un bobazo de la emoción? —dijo dejando caer la lengua hacia su izquierda y tomándose el pecho con ambas manos—.
Diego: —No, parece que fue mordida por una víbora.
Juan: —¡Eso por no fijarse donde mete los pies! ¡Típico! Emocionada con el casorio, las florcitas, los invitados y esas giladas metió la pata en cualquier lado, y ¡zácate!
Diego: —Y, puede ser…
Juan: —Amargo el mate, ¿no?
Diego: —¡Obvio! —Bueno, el tema es que Orfeo se amargó terriblemente. Andaba hecho una piltrafa por ahí el pobre tipo; meta tocar cancioncitas tristes con la lira, meta llorar todo el día; tal era la amargura de su música que conmovió el corazón de los dioses, y éstos le permitieron ir a buscarla, a rescatarla de la muerte.
Juan: —¿Y porqué no se la bajaron del cielo y listo? ¿Era lo más fácil, no?
Diego: —¡Porque no estaba en el cielo! Orfeo tuvo que ir a buscarla al Infierno. Los dioses le permitieron bajar hasta el inframundo para buscar, encontrar y traer de regreso a su amada.
Juan: —¡Uh! ¡Qué jodita! Digamos que no eran muy gauchos los dioses de aquella época.. —dijo mientras me alcanzaba el primer mate—.
Diego: —Orfeo entonces desciende al infierno, y encuentra a Eurídice, pero los dueños del infierno —porque los que mandan ahí abajo no son muy macanudos— le imponen una condición para poder llevarla con él: No debía verla durante todo el camino de regreso (ascenso) a la tierra; más aún: no debía verla hasta que los rayos del sol hayan cubierto todo su cuerpo.
Juan: —¡Uh! Ahora decime que salieron y estaba nublado…. ¡Y dale con el mate que no es micrófono!
Diego: —No, no. ¿Qué nublado? -dije mientras le devolvía el mate- Orfeo cumplió con la condición. Fue siempre delante de Eurídice, y aunque el camino era bastante largo, en ningún momento se volteó para verla.
Juan: —Peeeeeero —porque siempre hay un pero, ¿no?—.
Diego:. —Así es; y éste caso no es la excepción. La ansiedad pudo más que Orfeo. Ya habían llegado a la superficie de la tierra, y el sol había comenzado a cubrir a Eurídice, pero Orfeo se adelantó; sólo por unos segundos, pero se adelantó. El sol no había llegado a cubrirla toda, y aún mantenía la punta de un pié en el infierno cuando Orfeo se dió vuelta y la vió. En ese preciso momento Eurídice se desvaneció, frente a sus ojos, para siempre…..
Juan: —¡Joder!
Diego: —Y ya no hubo forma de poder hacer nada. Listo. Una oportunidad. Un error. Una pérdida.
Juan: —Como siempre….
—Fijate como te mira mi Orfeo —dijo Juan señalando al cachorro con la cabeza y estirando la mano para alcanzarme otro mate—.
Diego: —Y bueno, esa es —más o menos— la historia de Orefo. Así que como verás le pusiste todo un nombre a este cachorrito. Por lo menos es el nombre de un valiente, alguien que se animó a descender hasta el inframundo para rescatar a su amada.
Juan: —¡No me jodas! ¡Un gil este Orfeo! La verdad es que si la mina había ido a parar al infierno no debe haber sido muy buena, digamos que no valía mucho la pena. Ahí nomás tendría que haber sacado las cuentas, y buscarse otra, este muchacho Orfeo…..
Diego: —A lo mejor…..Qué se yo….
Juan: —Cómo te gusta almacenar porquerías en esa cabecita ¡eh! Siempre juntando información que no sirve para-nada.
Diego: —Pero lo hago sin querer, me sale solito —dije sonriente—. —Pero no me digas que no está buena la historia, che!
Juan: —Seee. Bueno, espero que cuando crezca mi Orfeo no sea tan gil como el mitológico, porque sino voy a renegar demasiado……
Diego: —¡Qué yerba horrible que usas, loco! ¿De dónde la sacaste?
Juan: —Los chinos. Estaba baratita, nomás.
Diego: —Veo….
Juan: —Bueno, a ver, contame a qué viniste, porque si vos llamaste y quisiste venir es porque con algún mambo andás….
Diego: —¡Ja! Algo así…….
Juan: —Espero que no sea como lo de Orfeo, que no estés por bajar al infierno….. ¡Y menos a buscar una mina; y menos pedirme que te acompañe!
Diego: —¿No tenés otra yerba? —dije con mi mejor cara de asco—.
Juan: —Si, obvio. Cambio la yerba y me contás.
Diego: —Dale. Che, ¿tenés algún casco de minería a mano?
Juan: —¡Me estás jodiendo!
Diego: —Mirá —dije en voz baja—. Aprovechá y si querés sacá una foto ahora mismo, porque bien sabés que a mi en otro momento como este no me vas a agarrar nunca más…
Juan: – Quedate así, por favor. No te vayas a mover…..
Juan se acomodó, buscó el ángulo y tomó una foto en la que estoy sentado en su sillón, con “su” Orfeo sobre mis piernas. Orfeo duerme tranquilamente; yo lo miro y sonrío.