
Hace unos pocos días pasé frente a la Biblioteca Nacional. Siempre que veo ese edificio me llama la atención. Es un edificio raro. Me gusta; pero me parece raro.
En una de las paredes exteriores había un enorme cartel que informaba sobre todas las cosas disponibles en la Biblioteca, como música, partituras, películas, mapas, fotografías, y varias cosas más; porque sí, en la Biblioteca Nacional hay mucho más que libros. Y eso está buenísimo.
También se informaba sobre todas las actividades que se desarrollan en la Biblioteca y de las que se puede participar, como exposiciones, talles de lectura y de escritura, conciertos, conferencias, y muchas cosas más.
Me encantó ver ese cartel. Me pareció muy buena la idea de informar (o publicitar), desde la misma Biblioteca Nacional, todas las herramientas que ahí hay disponibles y todas las actividades que ahí se desarrollan.
Pero.
Pero al final del cartel había una leyenda, una frase que no me convenció. Decía: «y no tenés que pagar nada, porque la Biblioteca es tuya».
No me gustó esa frase. No me gusta. Alguna otra frase como: «y no tenés que pagar nada, porque tus impuestos se transforman en todo esto», o «y no tenés que pagar nada, porque tus impuestos vuelven en obras y en cultura», hubiera sido más acertada. Cualquier frase que enseñe, que eduque sobre la importancia del pago de impuestos creo que hubiera sido más acertada.
Cuando pagamos impuestos es posible que pasen esas cosas, sino no. La frase publicada, además, genera una idea ambigua o distorsionada sobre esa relación de propiedad, o pertenencia, o posesión sobre algo público, sea la Biblioteca Nacional, un tren o el banco de una plaza.
Si todos dejamos de pagar nuestros impuestos, todo eso desaparece: el edificio y todo su contenido. Todo se desvanece.
Nada de lo que está en la Biblioteca Nacional es mío. Nada de lo que está en la Biblioteca Nacional es tuyo. Pero con mi aporte y con el tuyo, con el pago de nuestros impuestos hacemos que sea posible, y que podamos acceder y tengamos a nuestra disposición increíbles recursos, herramientas y actividades que, sin duda, nos harán mejores personas y mejores ciudadanos.
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Hace 3 o 4 años, más o menos, mi mamá hizo un curso/taller de jardinería. Dentro del temario había algunas clases dedicadas a la poda de platas y árboles.
Me sorprende la liviandad con la que las máquinas expendedoras de boletos exigen (porque lo exigen, no es algo opcional) que uno indique su destino; ¡como si eso fuera tan fácil! Pudiendo utilizar frases como «hasta donde viaja», «final de su viaje», o cosas por el estilo, ellas se han empeñado en solicitar que «indiquemos nuestro destino», y no conformes con esto limitan la elección de nuestro destino a una serie de 10 o 15 localidades o estaciones, como si éstas pudieran englobar o abarcar todo nuestro destino. Veo difícil que «Floresta» pueda incluir «infortunio, felicidad, futbolista, amor, escritor, orador», por nombrar sólo algunos destinos que alguna persona podría tener —o añorar— para su vida. ¿Será acaso éste un artilugio del mismo destino y una forma de lograr nuestra indiferencia frente a semejante palabra o frase? Las personas desfilan indiferentes frente a las máquinas, y sin dudarlo señalan que su destino es «Villa Rosa», por ejemplo, y así vacían -inconscientemente- de sentido y contenido a la palabra «destino».
«Todos los números son interesantes», dijo
Desde el 06/08/2012 la tarjeta SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico) entró en vigencia; esto es: Si tenés la tarjeta, el boleto de trenes y colectivos —en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires— te cuesta un poco menos que si no la tenés (el sistema es «único», pero no funciona en todo el país. No sé porqué). Yo soy uno de los que no tiene la tarjeta. No la tramité y no tengo pensado tramitarla. Las razones por las que no me subo a la SUBE son las siguientes:
Hoy es un día bastante particular, y completito….
Esto comienza con unas mejoras que hice en el proxy de un cliente. Se habían agregado algunos controles de acceso, filtros de contenidos, y otras cosas de ese estilo.
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